
Palabras para sanar
- Miguel Ricardo Camilo

- 22 sept
- 2 Min. de lectura
Qué difícil es perdonar.
Sinceramente creo que está en el top 5 de las cosas más difíciles de la vida.
Muchas veces decimos “te perdono” solo para que la otra persona se sienta bien, para darle el gusto o para callar esa vocecita en la cabeza.
Se dice que hay personas y acciones que no merecen perdón. Y sí, existen actos que parecen imperdonables… pero yo prefiero llamarlos inolvidables. Porque lo que he aprendido en mi vida, y también observando la de otros, es que el perdón casi nunca es para el otro: el perdón es para uno mismo.
Perdonar a alguien es un acto de bondad hacia nuestra propia alma. Es alivio, es quitarse de encima el peso constante de la rabia, del rencor, de la herida. Y sí, perdonar es difícil, pero hay algo todavía más complejo: perdonarse a uno mismo.
No hay acto más valiente.
Cargamos culpas que nos fueron impuestas, culpas de errores propios, culpas de cosas que ni siquiera entendíamos en ese momento. Y esas culpas sin perdón se transforman en rocas mentales que nos frenan, que alimentan miedos e inseguridades en nuestro presente.
La salida está en mirarnos con compasión, abrazar a nuestro niño interior y decirle:
“Sé que fallamos, que nos faltaba aprender… pero de los errores uno crece. No merecemos cargar con esta culpa para siempre. Merecemos amor, merecemos felicidad. Hoy me perdono. Te perdono. Te acepto. Y prometo cuidarnos y amarnos, incluso por aquellos que no lo hicieron.”
Decir esas palabras parece sencillo, pero es un acto poderoso. Tiene un efecto sanador que libera y transforma.
¿Hiciste algo malo? ¿Crees que lo hiciste? ¿Te culparon de algo?
Busca reparar, busca disculparte si es necesario… pero primero perdónate a ti mismo.
Porque antes de recibir el perdón de otros, necesitamos dárnoslo a nosotros mismos.
Somos seres perfectamente imperfectos, que vinimos aquí a aprender, a amar y a crecer. Y en ese camino, perdonarnos es también otra forma de amar.










Comentarios